domingo

VII

Da un mordisco en la almohada
como si fuera el hombro de su amante,
-con explícita furia-,
como lo suele despertar de noche
para que él la ame a dentelladas;
muerde las sábanas como si fueran piernas,
músculos en tensión, los peces vivos
de sus brazos, ese animal que pide que lo alivien
de una impaciencia casi atormentada,
araña el colchón frío y es una espalda lisa
sobre la que se tiende
como una planta acuática en la arena.
Un tiro de fusil la vuelve polvo
y no hay dientes ni brazos ni indecencia
en sus ojos, fijos en el cielorraso
y en la pintura que se descascara
como mínimas hojas:
es ángel, monumento, paz perpetua,
un puñado de nieve derritiéndose,
objeto transparente y luminoso.