viernes

Sobre el imperativo de la memoria

La vieja, a las siete de la mañana y con cinco grados de temperatura, ya estaba en la puerta de calle. Vive con su hermana ciega y tiene más de ochenta años: su esposo la abandonó hace cuarenta sin darle ninguna explicación. Un día, sencillamente, desapareció. "Señora, por qué no sube, que va chupar frío", le dije al pasar, un poco porque era cierto, otro poco para abrazarla, otro poco para librarla del silencio de su soledad persistente. Y la vieja, con el bastón en alto y la voz más agria que fue capaz de ensayar, me respondió: "estoy esperando que llegue mi marido; en cuanto vuelva le voy a dar con este palo en la cabeza, mirá si no podía avisarme adónde fue". Pensé que estaba siendo irónica, pero sus ojos la desmentían: como si hubiera viajado en el tiempo, todavía lo esperaba, enfurecida y triste a pesar de su memoria desgajada, más triste que todo el pasado de los hombres.