Blas de Otero
No se sabe qué voz o qué latido,
qué corazón sembrado de amargura,
rompe en el centro de la sombra pura
mi deseo de Dios enternecido.
Pero mortal, mortal, rayo partido
yo soy, me siento, me compruebo. Dura
lo que el rayo mi luz. Mi sed, mi hondura
rasgo. Señor: la vida es ese ruido
del rayo al crepitar. Así, repite
el corazón, furioso, su chasquido,
se revuelve en tu sombra, te flagela
tu silencio inmortal; quiere que grite
a plena noche..., y luego, consumido,
no queda ni el desastre de su estela.
*