domingo

VI

Oye otra vez la catarata sorda
así, todas las noches, del momento
que una granada le voló las manos;
zumbido persistente, pesadilla
oscura como el sueño de una ciega.
Así, todas las noches, ella espera
que aquella catarata se congele
como la adolescente desquiciada
que derriba una puerta a puñetazos
o la anciana que busca largamente
el modo de morir sin darse cuenta:
busca una silla frente a la ventana,
el té al amanecer, la luz confusa
para cerrar los ojos.
Pero la catarata no descansa.
Una mañana sale de su cuarto
a la calle y al ruido de los coches,
al estrépito blanco de una iglesia;
es la virgen de velo telaraña,
la mártir de las manos en gangrena,
la del amor que imita a la tortura;
se tapa los oídos, lanza un grito
en el medio del tráfico.