Poderes
La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa porque el mundo se le representa como una sucesión de escenas tragicómicas, más trágicas que la misma tragedia. Nadie nunca tendría que intentar hablarme por la calle cuando estoy suspendida adivinando gárgolas en las esquinas y me lamento por no llevar conmigo la cámara fotográfica; cuando quiero volver al mismo sitio, la luz refractará desde otro ángulo y la foto se habrá perdido. No quiero salir el sábado, ni el domingo, ni el lunes. En realidad no debiera haber salido jamás de mis libros y mis discos, que no traicionan ni engañan; a lo sumo soy yo la que puedo engañarme, pero siempre estaré a tiempo de cerrarlos. En el fondo están todos muertos, todos, son sólo espectros que podría romper si quisiera, despóticamente, moverles los brazos y las piernas como a muñecos articulados, dejar de oírlos, saltearme párrafos, son objetos de capricho con los que ensayo el poder que soy incapaz de ejercer sobre mí misma, porque tengo terror de escuchar ciertas cosas y prefiero taparme las orejas, a la manera de un chico que no quiere reproches. Yo no hago mal, al menos no voluntariamente o sabiéndolo, casi un pan de Dios, se los aseguro, y no me valgo del amor ajeno como instrumento de tortura. El mundo, en tanto, sigue estrellándose contra mi cáscara de cuarzo, hasta que un día haga ¡crac! y una overlock indetenible descosa el corazón de mis entrañas.