En este último tiempo parece haber florecido la moda de restaurar los populares Fiat 600, algún que otro Mini y la reaparición de ejemplares de Citröen 3CV en colores inverosímiles, aquel escarabajo de segunda categoría, el de ruido inconfundible al arrancar, el celeste, el de techo descapotable. El método consistía en cargar a padre, madre y las dos niñas, un bolso con frutas y sandwiches y agarrar cualquier ruta hacia cualquier parte. Ya nos había hecho unas cuantas jugarretas, ya habíamos pasado alguna noche en la banquina, rodeados de balizas: el simpático 3CV era un coche de ciudad, y lo aprendí a la temprana edad de siete años, en una carretera arbolada camino a San Pedro, cuando el querido Citröen tuvo su muerte blanca, el motor fundido y una despedida repentina en el momento en que se lo llevó el auxilio y lo perdí para siempre.